Comentario
Si Aragón produce durante la primera mitad del siglo algunas figuras notables, como el médico Andrés Piquer o el preceptista Ignacio de Luzán, la creación de un verdadero movimiento ilustrado no puede datarse realmente con anterioridad a los años sesenta de la centuria. En su génesis cabe descartar a algunas de las personalidades más representativas de la Ilustración oficial, como es el conde de Aranda, que si bien aglutina en torno suyo al llamado partido aragonés y contribuye a la aceleración del impulso reformista en dos momentos cruciales (el que sigue al motín de Esquilache y el que quiebra la reacción conservadora de Floridablanca tras los acontecimientos revolucionarios franceses), sin embargo ejerció fundamentalmente su acción reformista fuera de las fronteras de su región natal. Algo parecido podría decirse de otros aragoneses ilustrados, como Manuel de Roda, secretario de Gracia y Justicia, o incluso como José Nicolás de Azara, protegido del anterior y uno de los hombres más inteligentes, cultos e ingeniosos del siglo, que, pese a su nombramiento como miembro de honor de la Academia de Bellas Artes de Zaragoza, permanecerá treinta años en su cargo de embajador en Roma, dando rienda suelta a su indesmayable anticlericalismo pero necesariamente desconectado de las realidades regionales.
El núcleo fundamental de la Ilustración aragonesa es la Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza, fundada en 1776 y con la que estuvieron relacionados la mayor parte de los intelectuales y de la que surgieron la mayor parte de las iniciativas reformistas en el terreno de la economía y de la cultura, que proporcionaron a la región casi un Siglo de Oro. La Económica Aragonesa, caracterizada por su obsesión pedagógica, creó escuelas de Matemáticas, de Química y de Botánica (que habría de ocuparse de formar el Jardín Botánico autorizado en 1798), promoviendo asimismo toda una serie de estudios y proyectos tendentes al fomento de nuevas técnicas agrícolas, a la renovación de las manufacturas, a la reorganización de los gremios o al aumento del tráfico mercantil. Una de sus creaciones alcanzó particular relieve, tanto por la trascendencia del hecho, como por la controversia levantada, la dotación de la primera cátedra de Economía Política, que recayó en Lorenzo Normante, dando lugar a una famosa intervención del predicador capuchino fray Diego José de Cádiz en un ambiente de enfervorizado reaccionarismo.
La preocupación económica fue el verdadero motor de la sociedad zaragozana, que produjo un notable número de expedientes, informes y memorias sobre multitud de asuntos concernientes al desarrollo de la región, obra a veces de socios muy sobresalientes, como Antonio Arteta, autor de escritos en defensa de las artes mecánicas o del decreto de 1778, que abría para la región la posibilidad de comerciar directamente con Indias, o como Miguel Dámaso Generes, autor de unas Reflexiones políticas y económicas sobre la población, agricultura, artes, fábricas y comercio del reino de Aragón, que desde su mismo título constituye todo un símbolo de la orientación de los trabajos de los Amigos del País, o como Ignacio Jordán de Asso, erudito de amplio registro, que podía publicar en Madrid un tratado sobre Instituciones del derecho civil de Castilla (escrito en colaboración con Miguel de Manuel), o podía legar a sus coterráneos su monumental Historia de la economía política de Aragón, editada en Zaragoza en 1798.
En el mismo horizonte pueden inscribirse algunas de las más importantes realizaciones prácticas de la época, como la fundación de la Casa de Misericordia, fruto de la atención dispensada por la Económica a la cuestión del pauperismo, o la puesta en práctica de los ambiciosos proyectos del Canal Real de Tauste y, sobre todo, del Canal Imperial de Aragón, cuyos trabajos fueron dirigidos por el canónigo Ramón Pignatelli, rector de la universidad y uno de los grandes ilustrados de la región. También habría que destacar en el campo de la reforma social la obra de Josefa Amar y Borbón (1743-1793), que había estado vinculada a la Económica Aragonesa, destacándose como traductora de la obra de Francisco Javier Llampillas, pero sobre todo como defensora de la necesaria promoción cultural de la mujer en sus dos escritos más importantes, el Discurso en defensa del talento de las mujeres y su aptitud para el gobierno (1786) y el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790), que la convierten en la verdadera precursora del movimiento feminista en España.
La erudición ocupó también su lugar en la Ilustración aragonesa. Si una relación pormenorizada puede resultar fatigosa, al menos se hace obligada la referencia a Ramón de Huesca y Lamberto de Zaragoza, autores de los nueve volúmenes del Teatro histórico de las iglesias del reino de Aragón, no menos que la debida a Joaquín Traggia, por los cinco tomos de su Aparato a la historia eclesiástica de Aragón, pero sobre todo es preciso recordar al más importante de todos, a Félix Latassa, que con sus dos Bibliotecas, antigua y nueva, emuló a nivel regional los esfuerzos bibliográficos de Nicolás Antonio y Juan Sempere y Guarinos.
Si poco debemos añadir a lo expuesto sobre la Universidad de Zaragoza, es preciso llamar la atención sobre la figura científica de Félix de Azara, hermano del embajador en Roma, cuya fama se cimenta sobre sus observaciones de historia natural en América meridional, aunque su actividad se desarrollase fuera de sus lares, como ocurrió con otros ilustrados aragoneses, como los periodistas Mariano Francisco Nipho y Juan Martínez Salafranca, o el economista Eugenio Larruga, que dedicaría a su tierra natal su Relación o descripción de los Montes Pirineos. También el más importante de los científicos aragoneses de finales de siglo, el geógrafo Isidoro de Antillón, realizaría sus principales aportaciones fuera de su región (pese a su temprana vinculación con la Económica de Zaragoza ante la que expuso su trabajo sobre Albarracín), concretamente en Madrid, donde desempeñó la cátedra de Geografía, Cronología e Historia del Seminario de Nobles, ingresó en la Academia de Santa Bárbara y en la de la Historia y contribuyó a la puesta en marcha del Instituto Pestalozziano, al tiempo que colaboraba en la empresa de elaborar el Diccionario geográfico e histórico de España y redactaba sus obras mayores, las Lecciones de Geografía astronómica, natural y política (1804-1806) y los Elementos de la Geografía astronómico, física y natural de España y Portugal (1808).
En definitiva, la Ilustración aragonesa destaca por su preocupación reformista en relación con el fomento de la economía regional y por su contribución humana a los cuadros dirigentes de la Monarquía a partir de algunas figuras significativas, aunque produjera también algunas notables obras científicas y eruditas y diese al país el más grande de los artistas de la época, Francisco de Goya, cuya formación se inicia precisamente con sus trabajos en la decoración del Pilar de Zaragoza.